lunes, 30 de marzo de 2015

Dietas rápidas de Adelgazamiento; Resultados y contraindicaciones: 4ª parte


Peligros de las dietas rápidas de adelgazamiento
   Habitualmente, los regímenes dietéticos de pocas calorías tienen un aporte de proteínas por debajo del requerimiento básico, con lo cual la persona consigue una pérdida de peso a expensas del tejido muscular (éste representa nuestra reserva proteica), movilizando mínimamente el tejido graso. Las pérdidas rápidas de masa muscular producen lógicamente una sensación de cansancio constitucional que, junto a la sensación de hambre inicial, hacen que la persona abandone el régimen.
   Así, cuando una persona llega a esta decisión sin tener en cuenta unos pasos sucesivos de realimentación, se produce una espectacular recuperación del peso anterior, pero esta vez en formación de tejido graso.
   Muy a menudo las dietas rápidas se repiten con frecuencia a lo largo del año o según temporadas, desequilibrando el funcionamiento normal del metabolismo y la proporción de tejidos, debido a la pérdida muscular que se produce durante el régimen y a la ganancia de tejido graso que se da en la fase de recuperación.   De esta manera la persona, dieta a dieta, empeora su estado corporal hasta niveles casi irreversibles.
   Y es que las dietas rápidas se saltan con mucha frecuencia las fases de adaptación gradual como la fase restrictiva calórica con preservación proteica, fase de mantenimiento y control evolutivo, fase de realimentación progresiva o la etapa de recuperación con alimentación disociada. En realidad, las etapas de dieta restrictiva calórica, realimentación o mantenimiento, tienen que ser valoradas de un modo progresivo, sin afectar la fisiología del organismo y preservando sus funciones metabólicas y depurativas.
• En cuanto a la alimentación, lo más importante de una dieta rápida es respetar el nivel de necesidades proteicas diarias.
De esta forma, se mantiene lo principal en un régimen, es decir, la pérdida del tejido graso, respetando el nivel proteico orgánico representado por la musculatura, la piel y los órganos internos.
• Es imprescindible llevar un control médico para poder valorar la evolución y las posibles indicaciones médicas complementarias. Por ejemplo, la pérdida de peso, por término medio, debe de oscilar entre 1,5 y 3 Kg a la semana, manteniéndose regular a lo largo del tratamiento, aunque se sabe que al principio del régimen (las dos primeras semanas) la pérdida es mayor, debido a un re- equilibrio hidroelectrolítico de nuestro organismo (pérdida de agua).
• No se debe abandonar una dieta rápida de un modo súbito, sino que hay que iniciar la fase de realimentación progresiva para finalizar el tratamiento con una alimentación completa, equilibrada y disociada, en la que se restablezcan unos hábitos alimentarios apropiados y adaptados a la persona. Todo ello, unido a la ausencia del efecto rebote, tan común en las dietas carenciales convencionales, consigue estabilizar el peso adquirido en una proporción considerable.
• Es preferible repartir los alimentos en cuatro o cinco ingestas al día y en horarios regulares, y evitar la ingesta
antes de acostarse.
• La pérdida de masa muscular y el cansancio consecuente hacen que, en muchas ocasiones, la persona siga una dieta rápida con un cambio también en la actividad física de tipo sedentario.
   Y es que la valoración de la repercusión orgánica de una dieta también se mide por la posibilidad de llevar a cabo la actividad física normal. Es más, una vez se preserve el componente muscular orgánico, es importante hacer ejercicio físico de forma progresiva y regular, ya que este hecho, junto con la dieta, ejerce una acción selectiva sobre la combustión de las grasas y, en su caso, ayuda a quemar las calorías liberadas por la degradación de dichas grasas. Por lo tanto, se recomienda la práctica de algún deporte al aire libre o media hora de ejercicios gimnásticos.
• En las dietas rápidas, se pueden producir dos tipos de acúmulos tóxicos: por un lado la cetonemia (aumento de cuerpos cetónicos), en relación a la degradación de las grasas y a su metabolización forzada, debida a la ausencia de azúcares simples. Por otro lado, la uremia (aumento del ácido úrico), debida al catabolismo de las proteínas estructurales (musculatura).
   Para evitar la cetonemia, hay que tomar alimentos (hidratos de carbono complejos como féculas y almidones) que contrarresten parcialmente los cuerpos cetónicos. En el caso de la uremia, se deberán tomar alimentos alcalinos (verduras y leche o derivados lácteos no ácidos) y fitoterapia drenadora (abedul, zarzaparrilla, diente de león...).
   En ambos casos de acumulo tóxico, se produce una acidosis metabólica que debe contrarrestarse con una ingesta suplementaria de líquidos alcalinos (zumos de verduras y aguas mineralizadas).
   A modo de conclusión, hay que recordar que no se deben practicar con asiduidad dietas de adelgazamiento, ni hacer cambios frecuentes en la alimentación.
   Para mantener el peso ideal una vez finalizada la dieta, es importante seguir un régimen normal pero de tipo disociado (combinando bien los alimentos) y llevar un control ponderal, pesándose cada semana. Cuando se produzca un ligero aumento de peso, éste se deberá perder rápidamente aumentando la actividad física y reduciendo las raciones alimentarias (sobre todo en grasas y azúcares).
   Es más fácil impedir un aumento de peso que perder una ganancia ya instaurada y progresiva.


 

 

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