sábado, 23 de mayo de 2015

Ansiedad: 2ª y última parte


A todos nos puede pasar
   La posibilidad de sufrir uno o varios ataques de pánico no es exclusiva de personas con una patología definida según los síntomas expuestos. El rasgo más instintivo de quienes sufren este tipo de trastornos es la respuesta con mayor ansiedad ante muchas situaciones, ya que se interpretan las sensaciones de manera catastrofista. Esto lleva a tener una percepción de lo que se siente mucho más peligrosa de lo que en realidad es,
por ejemplo, la falta de aire puede ser interpretada como una señal ‘inequívoca” de una próxima parada respiratoria, con la consiguiente exacerbación de la propia ansiedad.


Un caso real
  Ana es una estudiante universitaria que acude cada semana a sus clases. Es su último año de carrera y vive en un piso alquilado.
   No tiene muy claro su futuro, por la gran cantidad de licenciados que hay sin trabajo, un hecho que no le pasa desapercibido. Durante el último mes de clases, Ana asiste a la asignatura que le queda para terminar sus estudios. Uno de esos días, se levanta tarde, se ducha con tiempo, toma un desayuno abundante y se dirige a la Facultad. Aparentemente, todo va bien. Pero no es así.


   Tras más de una hora de clase, Ana sale sola de la Facultad y se dispone a coger el autobús que la lleve de vuelta a casa. No domina demasiado bien ni el entramado de líneas y recorridos, ni la frecuencia con la que pasan los autobuses. La primera sensación que se apodera de Ana es de perplejidad: -¿En qué autobús vine? ¿Dónde estará la parada que me permita coger el autobús en dirección contraria?, se pregunta. Algo aparentemente simple y trivial se convierte en un rápido desencadenante del proceso. De repente, Ana se siente
incapaz de tomar una decisión y en apenas décimas de segundo le invaden todo tipo de dudas, mientras el bloqueo mental se instala a gran velocidad y el aire empieza a escasear preocupantemente en sus pulmones.
   Entonces, Ana percibe que algo marcha mal, pero se siente incapaz de pensar de forma tranquila y razonable. Por primera vez en su vida, siente que está fuera de sí -sin aparente motivo- y es incapaz de solicitar ayuda para salir de tan horrible situación. Finalmente, cuando la sensación la invade por completo, y pierde toda capacidad para actuar o decidir en una dirección lógica, el corazón empieza a hacer movimientos desacompasados, su respiración se entrecorta y la sensación de asfixia es cada vez mayor: siente la asfixia física y psíquicamente, una sensación de estar volviéndose loca por momentos, miedo a que los demás la vean en tan delicado estado.  Siente que va a desmayarse, que los pies no le bastan ya para sostenerse, una gran opresión en el pecho y que la vida se le va a escapar, al tiempo que el sudor parece empapar sus ropas. Finalmente, coge el primer autobús que llega, baja en la primera parada que reconoce y, tras unos minutos de angustia que le parecen eternos, toma un segundo autobús que le acerca hasta su casa, a pocos metros de la cual se toma un refresco, justo cuando empiezan a remitir los síntomas.
   Han pasado poco más de veinte minutos, pero la experiencia ha sido tan intensa como si se hubiese acumulado la angustia de muchos meses juntos. El ataque de pánico se ha presentado con toda su virulencia. A los pocos días, Ana comienza una terapia con un psicólogo. En el proceso, la joven universitaria “reinterpreta’ los síntomas vividos a partir de la información que le comunica el especialista, que no va a volverse loca si se repite la situación, y que tampoco va a sufrir una parada cardio-respiratoria ni se va a asfixiar. Además, Ana descubre que, en el fondo, el final de sus estudios universitarios significa una vivencia completamente nueva para ella, tiene que aceptar que va a ser la protagonista de su propia vida y de sus decisiones. Esto último implica, además, la obligación de asumir iniciativas de gran importancia en su desarrollo personal y profesional, como plantearse la formación de una familia o trasladarse a otro lugar para ejercer su profesión.
   Todo eso estaba, por lo que descubrió, en el agitado fondo que -tal vez por sí solo- le produjo el ataque de pánico aparentemente irracional e inmotivado, y que finalmente supo ‘rentabilizar” para sí a través del trabajo terapéutico.
Las terapias humanitarias

   Las crisis de ansiedad pueden tener su raíz en experiencias habidas en los años infantiles en los que -normalmente la madre-, en lugar de promover la autonomía del niño o de la niña, la frustraba a través de la sobreprotección o de otras formas de maltrato, como la negación de sus capacidades:
“iDéjao, que tú no vas a saber!”.
   Por esta razón, las psicoterapias humanistas centran su trabajo en reconstruir la deficitaria personalidad inicial, transformándola en una personalidad nueva y capaz de funcionar sin necesidad de mantenerse controlada por condiciones (como un horario fijo o la seguridad que aportan otras personas). Como en cualquier proceso de desarrollo personal, la clave gira en torno a la toma de conciencia de las limitaciones innecesarias que para cualquier persona suponen (y especialmente para las que sufren crisis de angustia) la dependencia excesiva, la inseguridad y la incapacidad de asumir las propias responsabilidades.
   Las terapias humanistas buscan, pues, ayudar a la persona con dificultades a obtener una serie de recursos personales que le permitan llevar una vida normal, y en la que resolver situaciones cotidianas sea una experiencia puramente normal y no una fuente de malestar psicológico. Estas son algunas de ellas:
1.- Terapia gestalt
   En ella se puede partir de las emociones relacionadas con los propios ataques de pánico, comenzando la terapia por la expresión de los miedos que la mera anticipación de esas experiencias hace aflorar en el aquí y ahora de la sesión terapéutica. Esto se facilita, por ejemplo, induciendo una relajación corporal y psíquica en la persona, que -gradualmente- ve como es más fácil tomar consciencia sobre el proceso total que puede culminar en las crisis de angustia. La premisa básica de tratamiento de este enfoque humanista es que todo el poder de cambio está presente en cada momento.
Una de las técnicas que pueden ser usadas es la conocida como “fantasía dirigida”, que consiste en realizar un viaje imaginario en estado de relajación-reposo al “destino” fantaseado del miedo de la persona a sufrir nuevas crisis de angustia o ataques de pánico. A menudo se descubren así los miedos encubiertos por los síntomas o el trastorno, tomando luego conciencia y elaborándolos hasta integrarlos o disolverlos.
2.- Terapia psicoanalítica
  
A través de la técnica conocida como “asociación libre” (que hace el paciente) y por medio de la interpretación del analista, llevar hasta la conciencia los conflictos inconscientes relacionados con los síntomas que se presentan. También se realiza el “análisis de la transferencia”: la persona dice todo lo que le agrada o desagrada del analista y que, a menudo, se refiere a características de personas significativas del primero con las que entró en conflicto de algún modo y que no resolvió satisfactoriamente en su momento.
3.- Terapia
cognitiva
   
Este tipo de intervención psicológica parte de la premisa de que toda crisis de angustia se debe a una interpretación anómala y catastrofista de lugares, situaciones o sensaciones corporales normales asociadas a la ansiedad. De este
modo, la psicoterapia cognitiva pretende que la persona sustituya estas interpretaciones erróneas por otras más adaptadas a la realidad, deshaciendo la relación automática de las sensaciones corporales con esos pensamientos catastrofistas. Durante las sesiones terapéuticas, el psicólogo facilita el análisis pormenorizado de los pensamientos que aparecen en las situaciones en que se da el trastorno, para buscar luego su reestructuración o reordenación, que se consigue clarificando la inadecuación o desproporción de los pensamientos que acompaña
n a las sensaciones previas al ataque o crisis.
   Esta terapia parece más efectiva que los tratamientos tradicionales, que partían de una consideración meramente biológica de los ataques de pánico, por lo que el tratamiento se limitaba al uso de psicofármacos (benzodiazepinas, antidepresivos, tranquilizantes...).
4.- Otras psicoterapias
  
Aunque la psicoterapia de apoyo no es la más eficaz, sí resulta ser la más empleada por su menor coste, especialmente en los puntos de atención pública, donde los presupuestos determinan el tipo de tratamiento. En otros países se conoce como “Counselling” (asistencia psicológica puntual referida a hechos presentes), si bien en España no deja de ser un tipo de intervención psicoterapéutica que resume aspectos de las principales. De hecho, el psicólogo o el psiquiatra que interviene realiza una acción amplia, que incluye la provisión de determinadas habilidades sociales, la emisión de opiniones o sugerencias de carácter práctico, familiar o incluso profesional, etc., intentando evitar que se establezca un vínculo de naturaleza dependiente entre él y la persona que sufre la crisis, al tiempo que se provee de una medicación complementaria para facilitar el trabajo terapéutico.

La opinión de….                                                                                                                                  Josep Lluís Berdonces                                                                                                                                 Dr. en medicina naturista
   Las crisis de ansiedad son frecuentes en situaciones de estrés y en personas nerviosas. Buena parte de los síntomas se dan en el sistema nervioso vegetativo (palpitaciones, dolores de cabeza, ahogos, indigestiones o molestias abdominales, etc.), aunque sin duda los más frecuentes son la sensación de ahogo u opresión en la zona del tórax, que se puede presentar a cualquier hora del día o de la noche, y que hace pensar en la posibilidad de un infarto o una problemática de riesgo vital.
   En personas muy ansiosas en las que las crisis se dan habitualmente, es de gran utilidad el tratamiento con fármacos de la familia de las benzodiacepinas (con una acción reductora de la ansiedad). Sin embargo, estas crisis no deben tratarse indefinidamente, sino en las épocas en las que se dan con mayor asiduidad, en etapas de crisis agudas y en el período inmediato posterior a ellas. Posteriormente se deberá proceder a una deshabituación a estos fármacos y utilizar métodos menos agresivos, para evitar que la persona esté “condenada” a una terapia ansiolítica de por vida.

Valorar las crisis
   Lo primero que hay que hacer ante una crisis de ansiedad es desdramatizar la situación, ya que este trastorno, aunque molesto, no comporta un riesgo importante para la salud. Así, se reducirá considerablemente la angustia derivada del riesgo de una posible muerte u hospitalización, y con ello la espiral que se produce entre síntomas y alarma. En este campo es muy importante la labor de las personas próximas al enfermo, que deben estar tranquilas y mantener la cabeza fría.

Relajación
   Las terapias de relajación (métodos como la relajación autógena de Schultz o el yoga) son muy útiles en la prevención de estas crisis, aunque de entrada pueda costar adaptarse a ellas.

Fitoterapia
   Hay que escoger plantas medicinales con un mayor efecto sedante y relajante muscular. Puede ser útil el kava-kava (Fiper methysiicum), del cual se pueden tomar tres cápsulas cada cinco o seis horas, la Amapola de California (Eschsolízia californica), que además de ser sedante tiene una acción relajante muscular; o el Loto de Montana (Lotuscornailatus)

Estrategias para prevenir las crisis o ataques
   Aunque lo único que realmente puede paliar o curar el trastorno es el seguimiento de una terapia psicológica adecuada, siempre es posible realizar una serie de ejercicios mentales básicos que dificulten la aparición de los episodios de crisis de los que hablamos:
* Por ejemplo, cabe empezar por relajarnos antes de salir a la calle a realizar cualquier actividad, por irrelevante que sea.
* También puede ser útil planificar claramente todo lo que tenemos previsto hacer hasta volver de nuevo a casa (o al lugar de partida), evitando así la posibilidad de que aparezca la angustia asociada a la falta de un plan claro.                              
* Podemos decirnos a nosotros mismos -ya sea mentalmente o en voz alta- que cuando salgamos a la calle mantendremos en todo momento una mínima calma y seremos capaces de realizar las modificaciones necesarias de nuestros planes iniciales. Debemos tener claro y creer que, en el supuesto caso de que nos pasara algo, tendríamos los recursos necesarios para afrontar la situación.
   No obstante, debemos recalcar que estas autoinstrucciones y ejercicios no pueden reemplazar la labor terapéutica del psicólogo o del analista, infinitamente más potente terapéuticamente y de mayor alcance y estabilidad en el tiempo, por lo que resulta más eficaz que las acciones propias sin soporte experto.


 

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