Régimen hiperproteíco de Linn
Este régimen, que apareció en
1976 y se divulgó en un libro titulado La dieta de la última oportunidad,
es una cura comercializada hidroproteica (compuesta de proteínas y
agua), que permite a la persona interesada ingerir una cantidad de 200-300
calorías de leche al día, diluidas en aromas afrutados. Este régimen también
incluye un aporte complementario de 200 g de legumbres frescas, acompañadas de un complemento
vitamínico y mineral.
Es una dieta muy estricta con la que se consigue un adelgazamiento muy rápido, pero provoca una desnutrición a las personas que la siguen que puede llegar a ser grave, por lo que este régimen debería ser autorizado sólo en centros especializados.
Es una dieta muy estricta con la que se consigue un adelgazamiento muy rápido, pero provoca una desnutrición a las personas que la siguen que puede llegar a ser grave, por lo que este régimen debería ser autorizado sólo en centros especializados.
Dietas disociadas (de Hay)
La dieta disociada recomienda
el consumo de proteínas y de hidratos de carbono por separado, y se basa en la
hipótesis de que las proteínas necesitan para su digestión un medio ácido,
mientras que los hidratos de carbono precisan un medio alcalino.
Este autor supone que todas las enfermedades se curan con “la dieta separada”; sin embargo, esta dieta carece de fundamento científico; aunque es inofensiva, no favorece la curación de ciertas enfermedades.
En realidad, si los individuos obesos logran reducir su peso con esta dieta es por que moderan sus hábitos alimentarios y abandonan el consumo de alcohol y las comidas desordenadas.
Este autor supone que todas las enfermedades se curan con “la dieta separada”; sin embargo, esta dieta carece de fundamento científico; aunque es inofensiva, no favorece la curación de ciertas enfermedades.
En realidad, si los individuos obesos logran reducir su peso con esta dieta es por que moderan sus hábitos alimentarios y abandonan el consumo de alcohol y las comidas desordenadas.
Dieta de Antoine
Ésta es una variante de la
dieta disociada, y consiste en consumir cada día un tipo de alimento distinto. Aunque en general es un régimen rico en
hidratos de carbono, existe un déficit de aporte de proteína durante dos o más
días a la semana. Como resultado, se produce fatiga y adelgazamiento a expensas
de la masa muscular.
Macrobiótica
La dieta macrobiótica se
desarrolla en diez etapas, que van desde una alimentación que es positivamente
adecuada (aunque basada en ideologías ciertamente revolucionarias), pasando por
una progresiva restricción de alimentos, hasta alcanzar la última etapa, en la
cual se consumen exclusivamente cereales integrales (según esta teoría, el
arroz integral seria el alimento más perfecto y equilibrado). Esta dieta es
deficiente en muchos nutrientes. En su última etapa es escasa en proteínas de
valor biológico. También es deficitaria en vitamina B2, A, C, D, y su contenido
en hierro y calcio es escaso, ya que su absorción se ve dificultada por la
presencia de ácido fítico en la cáscara de los cereales.
Otro inconveniente es que si se prolongan las últimas etapas durante mucho tiempo, el régimen puede producir fatiga.
Otro inconveniente es que si se prolongan las últimas etapas durante mucho tiempo, el régimen puede producir fatiga.
Dieta de la Clínica Mayo
Esta dieta no tiene ninguna
relación con la célebre clínica Mayo de los Estados Unidos, es muy
desequilibrada, excluye todo los productos lácteos y en ella se consume
diariamente gran cantidad de huevos. Tiene
una duración de catorce días y está compuesta por menús fijados de forma muy
rígida y sin ninguna imaginación. Quizás buena parte de su éxito reside en que
es hipocalórica (sólo contiene 800 Kcal), por lo que el peso se pierde con
facilidad. Sin embargo, tiene el inconveniente de que no ofrece al paciente la
posibilidad de responsabilizarse y disciplinarse, pues los que la recomiendan
aseguran que tras finalizar la dieta el metabolismo cambia y es muy difícil
volver a recuperar peso. Ello no es cierto y el paciente vuelve a engordar
rápidamente.
Peligros de las dietas rápidas de
adelgazamiento
Habitualmente,
los regímenes dietéticos de pocas calorías tienen un aporte de proteínas por
debajo del requerimiento básico, con lo cual la persona consigue una pérdida de
peso a expensas del tejido muscular (éste representa nuestra reserva proteica),
movilizando mínimamente el tejido graso. Las pérdidas rápidas de masa muscular producen
lógicamente una sensación de cansancio constitucional que, junto a la sensación
de hambre inicial, hacen que la persona abandone el régimen.
Así, cuando una persona llega a esta decisión sin tener en cuenta unos pasos sucesivos de realimentación, se produce una espectacular recuperación del peso anterior, pero esta vez en formación de tejido graso.
Muy a menudo las dietas rápidas se repiten con frecuencia a lo largo del año o según temporadas, desequilibrando el funcionamiento normal del metabolismo y la proporción de tejidos, debido a la pérdida muscular que se produce durante el régimen y a la ganancia de tejido graso que se da en la fase de recuperación. De esta manera la persona, dieta a dieta, empeora su estado corporal hasta niveles casi irreversibles.
Y es que las dietas rápidas se saltan con mucha frecuencia las fases de adaptación gradual como la fase restrictiva calórica con preservación proteica, fase de mantenimiento y control evolutivo, fase de realimentación progresiva o la etapa de recuperación con alimentación disociada. En realidad, las etapas de dieta restrictiva calórica, realimentación o mantenimiento, tienen que ser valoradas de un modo progresivo, sin afectar la fisiología del organismo y preservando sus funciones metabólicas y depurativas.
• En cuanto a la alimentación, lo más importante de una dieta rápida es respetar el nivel de necesidades proteicas diarias.
De esta forma, se mantiene lo principal en un régimen, es decir, la pérdida del tejido graso, respetando el nivel proteico orgánico representado por la musculatura, la piel y los órganos internos.
• Es imprescindible llevar un control médico para poder valorar la evolución y las posibles indicaciones médicas complementarias. Por ejemplo, la pérdida de peso, por término medio, debe de oscilar entre 1,5 y3 Kg a la semana,
manteniéndose regular a lo largo del tratamiento, aunque se sabe que al
principio del régimen (las dos primeras semanas) la pérdida es mayor, debido a
un re- equilibrio hidroelectrolítico de nuestro organismo (pérdida de agua).
• No se debe abandonar una dieta rápida de un modo súbito, sino que hay que iniciar la fase de realimentación progresiva para finalizar el tratamiento con una alimentación completa, equilibrada y disociada, en la que se restablezcan unos hábitos alimentarios apropiados y adaptados a la persona. Todo ello, unido a la ausencia del efecto rebote, tan común en las dietas carenciales convencionales, consigue estabilizar el peso adquirido en una proporción considerable.
• Es preferible repartir los alimentos en cuatro o cinco ingestas al día y en horarios regulares, y evitar la ingesta antes de acostarse.
• La pérdida de masa muscular y el cansancio consecuente hacen que, en muchas ocasiones, la persona siga una dieta rápida con un cambio también en la actividad física de tipo sedentario.
Y es que la valoración de la repercusión orgánica de una dieta también se mide por la posibilidad de llevar a cabo la actividad física normal. Es más, una vez se preserve el componente muscular orgánico, es importante hacer ejercicio físico de forma progresiva y regular, ya que este hecho, junto con la dieta, ejerce una acción selectiva sobre la combustión de las grasas y, en su caso, ayuda a quemar las calorías liberadas por la degradación de dichas grasas. Por lo tanto, se recomienda la práctica de algún deporte al aire libre o media hora de ejercicios gimnásticos.
• En las dietas rápidas, se pueden producir dos tipos de acúmulos tóxicos: por un lado la cetonemia (aumento de cuerpos cetónicos), en relación a la degradación de las grasas y a su metabolización forzada, debida a la ausencia de azúcares simples. Por otro lado, la uremia (aumento del ácido úrico), debida al catabolismo de las proteínas estructurales (musculatura).
Para evitar la cetonemia, hay que tomar alimentos (hidratos de carbono complejos como féculas y almidones) que contrarresten parcialmente los cuerpos cetónicos. En el caso de la uremia, se deberán tomar alimentos alcalinos (verduras y leche o derivados lácteos no ácidos) y fitoterapia drenadora (abedul, zarzaparrilla, diente de león...).
En ambos casos de acumulo tóxico, se produce una acidosis metabólica que debe contrarrestarse con una ingesta suplementaria de líquidos alcalinos (zumos de verduras y aguas mineralizadas).
A modo de conclusión, hay que recordar que no se deben practicar con asiduidad dietas de adelgazamiento, ni hacer cambios frecuentes en la alimentación.
Para mantener el peso ideal una vez finalizada la dieta, es importante seguir un régimen normal pero de tipo disociado (combinando bien los alimentos) y llevar un control ponderal, pesándose cada semana. Cuando se produzca un ligero aumento de peso, éste se deberá perder rápidamente aumentando la actividad física y reduciendo las raciones alimentarias (sobre todo en grasas y azúcares).
Es más fácil impedir un aumento de peso que perder una ganancia ya instaurada y progresiva.
Así, cuando una persona llega a esta decisión sin tener en cuenta unos pasos sucesivos de realimentación, se produce una espectacular recuperación del peso anterior, pero esta vez en formación de tejido graso.
Muy a menudo las dietas rápidas se repiten con frecuencia a lo largo del año o según temporadas, desequilibrando el funcionamiento normal del metabolismo y la proporción de tejidos, debido a la pérdida muscular que se produce durante el régimen y a la ganancia de tejido graso que se da en la fase de recuperación. De esta manera la persona, dieta a dieta, empeora su estado corporal hasta niveles casi irreversibles.
Y es que las dietas rápidas se saltan con mucha frecuencia las fases de adaptación gradual como la fase restrictiva calórica con preservación proteica, fase de mantenimiento y control evolutivo, fase de realimentación progresiva o la etapa de recuperación con alimentación disociada. En realidad, las etapas de dieta restrictiva calórica, realimentación o mantenimiento, tienen que ser valoradas de un modo progresivo, sin afectar la fisiología del organismo y preservando sus funciones metabólicas y depurativas.
• En cuanto a la alimentación, lo más importante de una dieta rápida es respetar el nivel de necesidades proteicas diarias.
De esta forma, se mantiene lo principal en un régimen, es decir, la pérdida del tejido graso, respetando el nivel proteico orgánico representado por la musculatura, la piel y los órganos internos.
• Es imprescindible llevar un control médico para poder valorar la evolución y las posibles indicaciones médicas complementarias. Por ejemplo, la pérdida de peso, por término medio, debe de oscilar entre 1,5 y
• No se debe abandonar una dieta rápida de un modo súbito, sino que hay que iniciar la fase de realimentación progresiva para finalizar el tratamiento con una alimentación completa, equilibrada y disociada, en la que se restablezcan unos hábitos alimentarios apropiados y adaptados a la persona. Todo ello, unido a la ausencia del efecto rebote, tan común en las dietas carenciales convencionales, consigue estabilizar el peso adquirido en una proporción considerable.
• Es preferible repartir los alimentos en cuatro o cinco ingestas al día y en horarios regulares, y evitar la ingesta antes de acostarse.
• La pérdida de masa muscular y el cansancio consecuente hacen que, en muchas ocasiones, la persona siga una dieta rápida con un cambio también en la actividad física de tipo sedentario.
Y es que la valoración de la repercusión orgánica de una dieta también se mide por la posibilidad de llevar a cabo la actividad física normal. Es más, una vez se preserve el componente muscular orgánico, es importante hacer ejercicio físico de forma progresiva y regular, ya que este hecho, junto con la dieta, ejerce una acción selectiva sobre la combustión de las grasas y, en su caso, ayuda a quemar las calorías liberadas por la degradación de dichas grasas. Por lo tanto, se recomienda la práctica de algún deporte al aire libre o media hora de ejercicios gimnásticos.
• En las dietas rápidas, se pueden producir dos tipos de acúmulos tóxicos: por un lado la cetonemia (aumento de cuerpos cetónicos), en relación a la degradación de las grasas y a su metabolización forzada, debida a la ausencia de azúcares simples. Por otro lado, la uremia (aumento del ácido úrico), debida al catabolismo de las proteínas estructurales (musculatura).
Para evitar la cetonemia, hay que tomar alimentos (hidratos de carbono complejos como féculas y almidones) que contrarresten parcialmente los cuerpos cetónicos. En el caso de la uremia, se deberán tomar alimentos alcalinos (verduras y leche o derivados lácteos no ácidos) y fitoterapia drenadora (abedul, zarzaparrilla, diente de león...).
En ambos casos de acumulo tóxico, se produce una acidosis metabólica que debe contrarrestarse con una ingesta suplementaria de líquidos alcalinos (zumos de verduras y aguas mineralizadas).
A modo de conclusión, hay que recordar que no se deben practicar con asiduidad dietas de adelgazamiento, ni hacer cambios frecuentes en la alimentación.
Para mantener el peso ideal una vez finalizada la dieta, es importante seguir un régimen normal pero de tipo disociado (combinando bien los alimentos) y llevar un control ponderal, pesándose cada semana. Cuando se produzca un ligero aumento de peso, éste se deberá perder rápidamente aumentando la actividad física y reduciendo las raciones alimentarias (sobre todo en grasas y azúcares).
Es más fácil impedir un aumento de peso que perder una ganancia ya instaurada y progresiva.